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El Sarmiento Duele

  • cufaneo
  • 13 jun 2013
  • 3 Min. de lectura

Hace como media hora que me viene ocurriendo una cantidad de títulos para esto. No puedo escapar de los lugares comunes, tal vez ni quiero. Podría llamar a éstas líneas “crónica de más muertes anunciadas”, o puede que las titule “Nunca Más”. Pero por más que conjugue los juegos de palabras hay una realidad ineludible: por más anuncio que hagamos al respecto seguirán sucediendo o lo que es más terrible aún tendría que preguntar ¿Nunca Más? Cuántos Nunca Más cargamos en el lomo, cuántos más hacen falta.

Hoy es un día en el que no es necesario ser original, con relatar las sensaciones que me atraviesan desde esta mañana quizás alcance. Escribo por la necesidad de canalizar las imágenes que vi y explique cientos de veces en el día, así y todo me cuesta creerlas.

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Hace mucho tiempo los que viajamos en el Sarmiento tomábamos como folklore lo mal que se viajaba, cataratas de insultos arrojados al aire o la cara de algún guardia de inseguridad alcanzaba para apaciguar la ira del mal servicio. Hace un año y medio que ya no hablamos de la misma manera. Hoy el Sarmiento Duele. Y lastima por todos lados. No es gratuito subir al tren todos los días. Sin palabras, sólo con miradas, los pasajeros saben que se arriesgan todos los días. Ponen en juego su vida por un servicio que nos quiere cobrar lo más preciado que podemos tener, la vida. Y ahí no hay subsidio que aguante. Ahora, por qué arriesgamos la vida todos los días, en cada viaje. La respuesta es muy sencilla y trágica a la vez tan sólo por ir a trabajar, a la escuela, a la facultad. No estamos hablando de jugarse la vida por ninguna Revolución. Firmamos un pagaré por ir a trabajar.

Pero las imágenes me asaltan la memoria a borbotones. Personas con la cara rota del impacto, en camillas en el medio de la calle, acostadas en las vías, aguardando por una atención medica que no da abasto. Tanto es así que entre la multitud emerge una enfermera que organiza el pandemónium: “por favor a los vecinos, que nos traigan puertas o tablas para poder atender a las personas”. Es una de las fotos del día. Personas saliendo de sus casas con tablas, puertas, ventanas, mesas para ayudar a los socorristas. Un rato más tarde, los bomberos cargan en las ambulancias a los heridos con la puerta de cualquier habitación, noto una figurita pegada en una: una niña acaba de perder parte de su privacidad.

Hablo con otra enfermera, una vecina que decidió sumarse al operativo. Mientras atiende a las personas que están acostadas en las vías me dice que no dan abasto. De repente me pide ayuda y comienzo a cargar las camillas para hacer lugar. Mas heridas llegaban.

Así me llaman por teléfono de Córdoba, de Neuquén, de Santa Fé, de tantos lados. Intento explicar qué es lo que veo y lo que sé. Me llama Víctor Hugo, hablo. Salgo en varias radios, pero en ninguna puedo trasmitir acabadamente el dolor que significa para quienes sabíamos que algo así podía volver a suceder. Entrevisto a Paolo Menghini Rey. Entre el enojo y la angustia, le gana el enojo. Tiene los ojos vidriosos, se nota. Se le revuelve la memoria reciente con la Tragedia de Once. A tod@s nos pasa lo mismo.

Nunca se quiere vivir ninguna tragedia. Mucho menos se quiere una segunda. Lo más patético de todo esto es que en unos días volveremos a subirnos al mismo tren, para ir a los mismos lugares. Cada vez se van agotando los caminos sobre a quién le reclamamos, qué soluciones. Antes era más sencillo, pedíamos que la empresa privada no exista más. Hoy qué vamos a pedir.

Temo muy profundamente que todo esto se vuelva una costumbre. Si eso sucede seremos testigos de una derrota colectiva inmensa. ¿Nos acostumbramos a esto? Intento escribir algo con algún sentido y me sale de un tirón. Aunque los sentidos en días como hoy estén trastocados. Pido disculpas si llegaron hasta acá y no leyeron una idea concreta. En este momento sólo puedo compartir la tristeza. El Sarmiento Duele.


 
 
 

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