El fin de un reinado
- cufaneo
- 27 may 2019
- 3 Min. de lectura
Concluyó una de las sagas épicas que recordaremos por siempre. Quizás muchos de nosotres con enojo, otros con emotividad, pero el final de Game Of Thrones dejó muchas lecturas, una constante a lo largo de todas sus temporadas. Acá solo un puñado de lecturas.

Y después de ocho temporadas nos damos cuenta que hemos sido engañados. Mientras creímos que estábamos ante la presencia de una épica del Héroe, aquel que supera sus pruebas, sus obstáculos, para su realización, pero no. Fuimos testig@s de una tragedia, al mejor estilo griego. Con sus lecturas políticas de los por qué, de las motivaciones, de los momentos y fundamentalmente, del debate por el poder y las condiciones que debería tener un gobernante.
Game of Thrones nos mostró un sinfín de personajes que pusieron todo el tiempo en el debate la cuestión del poder, cómo se ejerce y sobre la Justicia. Son muchos los personajes (fundamentalmente hombres) los que ejercieron el poder, pero fueron dos mujeres las que lo disputaron hacia el final. No sin incorporar un sesgo machista sobre las motivaciones que las impulsaban.
Pese a la divergencia que mostraron los personajes en su recorrido, al final, no terminó con el sistema que pretendían desmontar, solo con leves modificaciones al ejercicio del poder. Pero siempre la búsqueda fue por un gobernante (absolutista) que sea “justo” en su ejercicio. Pero la intención sobre cambiar la concentración de poder, quedó en el olvido. Fue precisamente en la pérdida de esas nociones que las antagonistas fueron perdiendo sus diferencias y la lucha fue solo por ocupar el trono, no por modificar el sistema y gobernar con otras condiciones. Como un chiste (desde una perspectiva platónica) el final reservó un chiste sobre la negativa a la democracia y una burla a quien propuso a esa vía.
Los fines “justos” que movilizaban a quienes creímos era nuestra heroína, acabaron cuando la amenaza sobre el ejercicio de su poder encontró un personaje con capacidad de disputarlo en sus propias filas. Fue en ese momento donde el convencimiento cedió ante el ejercicio del terror. En definitiva, en eso se sustenta su ejercicio, en encontrar obediencia, aún cuando el súbdito no coincida con su orden.
Una constante a lo largo de todas las temporadas, fue dónde reside el verdadero poder. Porque pese a ser un rey absoluto, nunca podrá controlar la política de sus seguidores. Y son estos seguidores los que muchas veces conspirarán contra él o ella para quitarlo de ese lugar.
Incluso el celo también puede funcionar como un enemigo. En términos de Weber, el poder de dominación carismática, el líder que guía a todo el resto, ante los problemas que se presentan (las batallas, las encrucijadas, los acertijos políticos) y no entrega a nadie para realizar su destino. Sino que es de la mano de su conducción que ante cada una de las pruebas se encuentra la salida. Ese es el sendero de Jon Snow. Un actor que se reconoce con chances de ser gobernante, pero no desea ese lugar. Y aún por encima de su deseo, le cabe la tarea más compleja de todas: librar a todo el reinado de una nueva tiranía.
La amargura del final solo puede ser entendida por aquell@s que entregaron todo para conquistar el reino, para hacer realidad su anhelo de un gobierno más justo. Pero ¿qué sucede cuando quienes impulsaban el cambio se transforman en lo que pretenden combatir? La tragedia.
Hay muchos enojos por el resultado del camino, porque la utopía que proponía Daenerys nunca se concretará (al menos, no con ella). Porque el mundo perfecto nunca existirá en Poniente, solo el posible, con hombres de carne y hueso que cargan con sus propias miserias, virtudes y traiciones. Porque como escribió Tomás Moró: “no serán perfectas las cosas hasta que el hombre sea perfecto y no espero que lo sea hasta dentro de algunos años”.