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Sobre el abismo

  • Facu Acuña
  • 5 jun 2016
  • 1 Min. de lectura

Ezequiel pensó en el frio de la habitación, en las sabanas caídas y en todo aquello que le trasmitía frio. En el fondo del pasillo solo se podía escuchar la gotera y un eco ensordecedor. Giró buscando dar con la orientación, pero solo encontró un precipicio a sus pies.

Sin miedos en los hombros se animó a dar el gran paso, porque a fin de cuentas lo que buscaba era saborear unos pequeños rayos de sol. Ante todo lo sombrío del desértico pasillo, el verde patio era la promesa de una sonrisa asegurada. Las piernas temblaban de frío, se agarrotaban, pero eso no importaba, estaba convencido que la cálida luz natural le daría la cura.

Se animo a volar, se arriesgo a caer, a saltar. Las voces lejanas, fueron solo recuerdo. Ahora solo podía hablar consigo mismo, con su interior, con su voz. El mundo dejó de girar por completo, todo fue risas, todo fue música. En pleno vuelo ya no existió más el frió, ni la angustia, ni la desazón de estar encerrado. Porque después de todo, poder mirar su interior era el acto de liberación más enorme posible.

 
 
 

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