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Dos Cafés

  • Facu Acuña
  • 3 jun 2018
  • 2 Min. de lectura

Daba vueltas, sin fin. La espuma se extendía hasta el borde, incluso parecía que todo estaba por desbordarse, faltaba tan solo una gota. Sin embargo, no dejaba de bailar al ritmo de la cuchara. El café desprendía un olor que se extendía por toda la mesa. El único sonido que los dos podían percibir era el quejido de la cuchara en el fondo de la taza.

El escenario parecía haberse congelado. Ambos miraban sus infusiones como si se tratara de la puerta de salida. El silencio no se hacía esperar, estaba sentado entre los dos. Sin invitación, los miraba de frente y esperaba jugar sus cartas.

Ella levantó la mirada y esperó encontrar algo de alivio, pero lo único que notó era como las canas habían empezado a poblar la cabellera de su compañero. Rápidamente volvió a su taza y cedió toda iniciativa. Él no podía levantar la mirada.

Lo que ninguno de los dos sabía era que esa sería la última vez que estarían frente a frente. Quizás de haberlo imaginado se hubieran animado a jugar esa última frase que podía encender algo de esperanza. Se trenzaron en una pelea digna de campeonato mundial con el tostado que llegó a la mesa. Pero cuando solo quedaron las migas, volvieron a estar frente a frente.

El levantó la mirada y se reconoció en los ojos que lo miraban, amargura, tristeza, decepción. Lo que pareció ser eterno terminó contra la pared de lo cotidiano. Ya no había palabra por decir, los últimos meses agotaron hasta los recursos más ínfimos para recuperar lo que quedó perdido en algún cajón. Los dos sabían que ya no quedaba más que el resto del café entre los dos, pero ahí estaban todavía.

 
 
 

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